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Psicóloga en Rosario On line y presencial Gilda Cristina Silvestre (matr 5654) Whatsapp: 3415525469. Whatsapp alternativo: 3364033333.
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de angustia, ataques de pánico, trastorno obsesivo compulsivo, trabajo de duelo, obsesiones, depresiones. Se trabaja con adolescentes, adultos, adultos mayores.
Test de orientación vocacional , test de personalidad, (entre otros),
Fragmento a considerar significativo con respecto a algunos indicadores que pueden esbozar la diferencia entre el trabajo de duelo y la melancolía, que ya consideraba Sigmund Freud en sus escritos de 1914 : "....universalmente se
observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya
asoma. Esa renuencia puede alcanzar tal intensidad que produzca un extrañamiento de la -realidad y
una retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria de deseo. (4) Lo normal es que prevalezca
el acatamiento a la realidad. Pero la orden que esta imparte no puede cumplirse enseguida. Se ejecuta
pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y entretanto la existencia del
objeto perdido continúa en lo psíquico. Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que
la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de
la libido. (5) ¿Por qué esa operación de compromiso, que es el ejecutar pieza por pieza la orden de la
realidad, resulta tan extraordinariamente dolorosa? He ahí algo que no puede indicarse con facilidad en
una fundamentación económica. Y lo notable es que nos parece natural este displacer doliente. Pero de
hecho, una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido. (6)
Apliquemos ahora a la melancolía lo que averiguamos en el duelo. En una serie de casos, es
evidente que también ella puede ser reacción frente a la pérdida de un objeto amado; en otras
ocasiones, puede reconocerse que esa pérdida es de naturaleza más ideal. El objeto tal vez no está
realmente muerto, pero se perdió como objeto de amor, (p. ej., el caso de una novia abandonada). Y en
otras circunstancias nos creemos autorizados a suponer una pérdida así, pero no atinamos a discernir
con precisión lo que se perdió, y con mayor razón podemos pensar que tampoco el enfermo puede
apresar en su conciencia lo que ha perdido. Este caso podría presentarse aun siendo notoria para el
enfermo la pérdida ocasionadora de la melancolía: cuando él sabe a, quién perdió, pero no lo que perdió
en él. Esto nos llevaría a referir de algún modo la melancolía a una pérdida de objeto sustraída de la
conciencia, a diferencia de duelo, en el cual no hay nada inconsciente en lo que atañe a la pérdida.
En el duelo hallamos que inhibición y falta de interés se esclarecían totalmente por el trabajo del
duelo que absorbía al yo. En la melancolía la pérdida desconocida tendrá por consecuencia un trabajo
interior semejante y será la responsable de la inhibición que le es característica. Sólo que la inhibición
melancólica nos impresiona como algo enigmático porque no acertamos a ver lo que absorbe tan
enteramente al enfermo. EI melancólico nos muestra todavía algo que falta en el duelo: una
extraordinaria rebaja en su sentimiento yoico {Ichgefuhll}, un enorme empobrecimiento del yo. En el
duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo. El enfermo nos
describe a su yo como indigno, estéril y moralmente despreciable; se hace reproches, se denigra y
espera repulsión y castigo. Se humilla ante todos los demás y conmisera a cada uno de sus familiares por
tener lazos con una persona tan indigna. No juzga que le ha sobrevenido una alteración; sino que
extiende su autocrítica al pasado; asevera que nunca fue mejor. El cuadro de este delirio de
insignificancia· -predominantemente moral- se completa con el insomnio, la repulsa del alimento y un
desfallecimiento, en extremo asombroso psicológicamente, de la pulsión que compele a todos los seres
vivos a aferrarse a la vida.
Tanto en lo científico como en lo terapéutico sería infructuoso tratar de oponérsele al enfermo
que promueve contra su yo tales querellas. Es que en algún sentido ha de tener razón y ha de pintar
algo que es como a él le parece. No podemos menos que refrendar plenamente algunos de sus asertos.
Es en realidad todo lo falto de interés, todo lo incapaz de amor y de trabajo que él dice. Pero esto es,
según sabemos, secundario; es la consecuencia de ese trabajo interior que devora su yo, un trabajo que
desconocemos, comparable al del duelo. También en algunas otras de sus autoimputaciones nos parece
que tiene razón y aun que capta la verdad con más claridad que otros, no melancólicos. Cuando en una
autocrítica extremada se pinta como insignificantucho, egoísta, insincero, un hombre dependiente que
sólo se afanó en ocultar las debilidades de su condición, quizás en nuestro fuero interno nos parezca
que se acerca bastante al conocimiento de sí mismo y sólo nos intrigue la razón por la cual uno tendría
que enfermarse para alcanzar una verdad así. Es que no hay duda; el que ha dado en apreciarse de esa
manera y lo manifiesta ante otros -una apreciación que el príncipe Hamlet hizo de sí mismo y de sus
prójimos-, (7) ese está enfermo, ya diga la verdad o sea más o menos injusto consigo mismo. Tampoco
es difícil notar que entre la medida de la auto denigración y su justificación real no hay, a juicio nuestro,
correspondencia alguna. La mujer antes cabal, meritoria y penetrada de sus deberes, no hablará, en la
melancolía, mejor de sí misma que otra en verdad inservible para todo, y aun quizá sea más proclive a
enfermar de melancolía que esta otra de quien nada bueno sabríamos decir. Por último, tiene que
resultarnos llamativo que el melancólico no se comporte en un todo como alguien que hace contrición
de arrepentimiento y de autorreproche. Le falta (o al menos no es notable en él) la vergüenza en
presencia de los otros, que sería la principal característica de este último estado. En el melancólico
podría casi destacarse el rasgo opuesto, el de una acuciante franqueza que se complace en el
desnudamiento de sí mismo.
Lo esencial no es, entonces, que el melancólico tenga razón en su penosa rebaja de sí mismo,
hasta donde esa crítica coincide con el juicio de los otros. Más bien importa que esté describiendo
correctamente su situación psicológica. Ha perdido el respeto por sí mismo y tendrá buenas razones
para ello. Esto nos pone ante una contradicción que nos depara un enigma difícil de solucionar.
Siguiendo la analogía con el duelo, deberíamos inferir que él ha sufrido una pérdida en el objeto; pero
de sus declaraciones surge una pérdida en su yo."
Sigmund Freud. Duelo y melancolía (Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Trabajo de metapsicología y otras obrar- 1914-1916) (Amorrortu editores. 5ta reimpresión . Bs As 1993).